Poeta Culto

Estaba un poeta en un corrillo leyendo una canción cultísima, tan atestada de latines y tapida de jerigonzas, tan zabucada de cláusulas y cortada de paréntesis, que el auditorio pudiera comulgar de puro en ayunas que estaba. Cogióle la Hora en la cuarta estancia, y a la obscuridad de la obra (que era tanta que no se veía la mano), acudieron lechuzas y murciélagos, y los oyentes encendiendo lanternas y candelillas, oían de ronda a la Musa a quien llaman: la enemiga del día que el negro manto descoge.

Llegóse uno tanto con un cabo de vela al poeta (noche de invierno, de las que llaman boca de lobo), que se encendió el papel por en medio. Dábase el autor a los diablos de ver quemada su obra, cuando el que la pegó fuego le dijo: «Estos versos no pueden ser claros y tener luz si no los queman: más resplandecen luminaria que canción.»


Francisco de Quevedo
La hora de todos y la Fortuna con seso (1636)

A don Álvaro de Monsalve,
Canónigo de la Santa Iglesia de Toledo.

Ver edición digitalizada de 1668.